La Catedral

«Me quedé mirándolo, no sabía cómo ayudarlo, no lograba perforar ese razonamiento creyente pero desafiante, me sentía frustrado, tenía la sensación de que hablaba en serio, y de que las palabras “fastuosidad y pompa” significaban escándalo para nuestra amada Iglesia.
No tenía argumentos, o por lo menos no los encontraba en ese momento.
“¿Y si Dios no existiera –le dije– de quién te estarías vengando?”
Pude ver su cara de asombro, seguramente no se esperaba esa proposición de un sacerdote.
Me miró, se sonrió y me dijo: “Si Dios no existiera, entonces igual no valdría la pena vivir”.
Se levantó, me extendió su mano y se despidió.
Me pareció sincera y cálida, pero a su vez me transmitió una firme determinación.
Pude verlo irse tranquilo, por el medio de la nave, se dio vuelta, se arrodilló y se persignó.
Me dedicó una sonrisa y salió lentamente por la puerta lateral… No lo volví a ver.»

Pienso que nuestras creencias con respecto a Dios marcan de qué forma enfrentamos los distintos eventos de la vida.
Hasta los que declaran no tener una fe resuelven sus cuestiones a partir de esa declaración de no creer.
Nuestros personajes convergen en un lugar emblemático, “La Catedral”, cada uno con una historia de vida y de fe y serán protagonistas y testigos de una venganza que es a la vez una condena.